STATEMENT
For a long time, I believed that my work was based on measuring the world to grasp its magnitude, to confirm that I was alive experiencing it. In some of my work I've counted for hours the waves of the sea on the north coast of the Guajira Desert in Colombia; I've counted the leaves of a tree near extinction deep in the Colombian Amazon. Then, my artistic practice was linked to scientific pretense, a science of convoluted causes but, ultimately, science.
When I arrived in New York, I started frequently to see dead birds, victims of collisions with the windows of skyscrapers. I drew them, researched their taxonomies, and their conservation status. Perhaps these birds dying all over the city pushed me to think about the deaths that sustained my life. The lives of those animals that end up on my plate. I started saving the bones of all the animals that I eat; I learned how to clean the residues from them. I wanted to see as before a physical magnitude, and how much my consumption measured, but it began to be clear that what I consumed refused to be consumed silently, as just a volume that disappears.
Despite my efforts, the marrow of those bones kept dripping, leaving marks of moisture on the surfaces where they rested. The bones continued weeping, sweating, and that crying was telling me something that resists being measured and discarded. What dies, persists, exists, and moves with us.
There is no measure for what continues to live after death.
I think sometimes that art is a practice of broken spells, riddles whose answers are open. I am interested in bodies that are affected and affecting their surroundings, and what shares with us the experience of a world that exists in parallel to "the human" without being reduced to it. My relationship with the accuracy of the scientific method has become murky and distrustful, not only in relation to its ability to measure but also in the face of its ideals of progress.
In the last year, moved by those bones that weep, I have thought about the disaster that scientific advances have brought. Their promises of the future are, in my eyes, premonitions of disaster. Interested in those failures of science I have begun to draw those disasters, not illustrating in the name of reason but, rather, conjuring the inevitable.
The bones of the animals I have eaten continue to weep, manifesting that residual life that inhabits them, and so I have begun to reanimate them, I have given them movement, not wanting to create a new being, but as a promise of that which, dispersed and abandoned of itself, continues to pulsate. Every animistic practice uses the body as the engine of the spirit. I don't know what I'm doing, but I want to believe that I am giving space to the broken spells to cast light on other ways of translating our convulsing reality.
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Durante mucho tiempo creí que mi trabajo se basaba en medir el mundo para captar su magnitud y así darme cuenta de que estaba viva experimentándolo. En algunos de mis trabajos he contado durante horas las olas del mar en el extremo norte de la costa del desierto de la Guajira en Colombia; He contado las hojas de un árbol al borde de la extinción en lo profundo de la Amazonia colombiana y he convertido el valor exacto de un salario mínimo en mi país en monedas de baja denominación para comprender su longitud y ver hasta dónde se puede estirar en línea recta. Entonces, mi práctica artística estuvo ligada a la pretensión científica, una ciencia de causas enrevesadas, pero ciencia al fin de cuentas.
Cuando llegué a Nueva York, comencé a ver frecuentemente pájaros muertos, víctimas de colisiones con las ventanas de los rascacielos. Los dibujé, investigué sus nombres, sus taxonomías y su estado de conservación. Quizás estos pájaros muriendo por toda la ciudad me empujaron a pensar en las muertes que sustentan mi vida. Las vidas de los pájaros que chocan contra las ventanas de los lugares por los que paso, pero también los que acaban en mi plato: pájaros, mamíferos, peces. Empecé a salvar los huesos de todos esos animales, aprendí a quitarles los residuos de carne y a blanquearlos. Quería ver, como antes, quería ver la magnitud física de un salario, y cuánto medía mi consumo, pero se me empezó a revelar que lo que consumía se negaba a ser consumido silenciosamente como sólo una magnitud, una distancia, o cualquier cifra aleatoria.
A pesar de mis esfuerzos, la médula de esos huesos seguía goteando, dejando marcas de grasa y humedad en las superficies donde reposaban. Los huesos seguían llorando, sudando, y ese llanto me decía algo que se resiste a ser medido y descartado. Lo que muere, persiste, existe y se mueve con nosotros.
No hay medida para lo que sigue viviendo después de la muerte.
A veces pienso que el arte es una práctica de hechizos rotos, acertijos cuyas respuestas están abiertas. Me interesan los cuerpos que se ven afectados y afectan su entorno; y más que verdad, que comparten con nosotros la experiencia de un mundo que existe en paralelo a "lo humano" sin reducirse a él. Mi relación con la exactitud del método científico se ha vuelto turbia y desconfiada, no sólo en relación a su capacidad de medición sino también frente a sus ideales de progreso.
En el último año, conmovida por esos huesos que lloran, he pensado en el desastre que han traído los avances científicos. Sus promesas de futuro son, en mi opinión, premoniciones de desastre. Interesado en esos fallos de la ciencia que han provocado la explosión de transbordadores espaciales, que han llenado ecosistemas prístinos de radiación cancerígena, que han generado condiciones perfectas para que los roedores en cautiverio tengan una vida perfecta que finalmente los llevó a la obesidad, el canibalismo y una tasa de natalidad cero. , he empezado a dibujar esos desastres, no ilustrándolos en nombre de la razón sino más bien conjurando lo inevitable.
Los huesos de los animales que he comido siguen llorando, manifestando esa vida residual que los habita, y por eso he comenzado a reanimarlos, les he dado movimiento, no queriendo crear un nuevo ser, sino como promesa de aquello que , dispersa y abandonada de sí misma, sigue pulsando. Toda práctica animista utiliza el cuerpo como motor del espíritu. No sé lo que estoy haciendo, pero quiero creer que estoy dando espacio al hechizo roto que ilumina otras formas de traducir nuestra convulsa realidad, para escuchar lo que el pasado puede decir sobre el futuro.
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